Hay algo en ese niño que cautiva, que cuestiona.
Reconocen a su Dios en la debilidad, en lo pequeño. Se postran ante el Rey de la vida y le ofrecen sus dones.
También tú, como los Reyes, puedes ofrecérselos.
Oro. Lo mejor que tienes. Lo que eres. Lo mucho y lo poco. Porque tu vida es el mejor regalo.
Incienso. El perfume de tu oración y adoración. Reconócele como al único Dios de tu vida.
Mirra. Ofrécele tus pequeños sufrimientos, tus pequeñas muertes... Él sabe transformarlas en vida.
No dejes escapar los destellos de su estrella. Y cuando le encuentres, no lo dudes... haz como los Magos que "postrándose ante Él, le adoraron".
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